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lunes, 4 de agosto de 2014

Grabado en un diamante 1

      Probablemente muchos os preguntaréis por qué el blog se llama "Grabado en un diamante" pues aquí os doy el motivo que, como no podía ser de otra manera, es una nueva historia:

        
Ya pasaron dos meses desde que vi a aquella muchacha de pelo rubio y ojos verdes que no pasaría de los ocho años. Su nombre era Diana. No pude evitar fijarme en ella en cuanto la vi sentada en las escaleras que había junto a la parada de autobús. Ella también me dirigió una mirada que, como no sucedía desde hacía más de veinte años, me hizo sonreír. Sentí como algo despertaba dentro de mí, sentí que volvía a estar vivo. ¿Cómo lo había conseguido tan solo con sus brillantes ojos verdes? Y es que, desde que perdí a María aquel invierno, no había vuelto a ser el mismo. En tan solo unas semanas, mi mundo se había desmoronado para, posiblemente, jamás volver a renacer. Después de conocer a esta pequeña, ya no lo creo así.
         Después de mirarme, me hizo una seña para indicarme que me sentara junto a ella. Al principio dudé. ¿Qué querría una niña tan joven de un hombre tan viejo y desmejorado como yo? Diana siguió insistiendo y no tuve más remedio que olvidar mis primeras vacilaciones. En cuanto me senté, ella me señaló su garganta. Yo no lo entendí. ¿Qué estaba tratando de decirme?
         —¿Por qué no me hablas? Así no puedo entenderte—le dije.
         Diana volvió a señalar su cuello. En ese momento, se puso detrás de mí. Yo no dije nada al ver cómo intentaba emitir una exclamación de espanto sin poder lograrlo. Yo estaba atónito.
         —¿Qué ha ocurrido?
         Esa vez tampoco habló. Se limitó a señalarme un coche negro que se deslizaba calle abajo. Cuando ya no lo vio, su expresión se relajó.
         —¿Qué pasa? ¿Te están buscando?
         Cuando terminé de hablar, ella asintió y metió una mano en uno de sus bolsillos para sacar un objeto recubierto por un viejo y raído trozo de tela oscurecido por la suciedad, que alguna vez fue blanco. La muchacha miró a ambos lados para asegurarse que no había miradas acechantes cerca. Después abrió el trapo y me mostró el más valioso tesoro que jamás había visto. Una joya que ni el más importante de los reyes del pasado había logrado poseer. Yo dirigí una mirada de estupefacción a la joya y después a Diana. Estaba atónito y embargado por el brillo de aquel diamante de más de dos kilos que parecía haber sido tallado por los ángeles.
         —¿Es por esto? ¿Quieren tu diamante?—ella asintió a la primera pregunta.
         Después la muchacha frotó la joya y, para mi sorpresa, al instante esta se iluminó y comenzó a mostrar unas imágenes. Había una habitación iluminada por la luz de la luna que se colaba por una pequeña ventana. En un extremo de la estancia había un hombre vestido con una gabardina negra. Debido a que se hallaba en la zona de penumbra, no le pude ver el rostro. Al otro lado, había una niña muy joven que temblaba. La luz impactaba directamente sobre su rostro por lo que pude ver su demacrado rostro: tenía un labio roto que todavía sangraba, un ojo morado y varias cicatrices en los pómulos. Estaba atada de pies y manos y tenía la tez muy pálida.
        —Me dirás cuál es tu secreto, ¿a que sí, Diana?—escuché decir al hombre que se iba aproximando amenazadoramente a la muchacha.
         —Si me matas jamás lo sabrás—respondió ella.
         El hombre le cruzó la cara de una bofetada. La niña dejó escapar una lágrima y un gemido.
       —¡DÍMELO!—imperó el otro comenzando a perder la paciencia—No te mataré, pero te haré sufrir como jamás lo has hecho.
         —Ya lo hiciste. Me secuestraste y decapitaste a mis padres en mi presencia hace un año, ¿acaso lo has olvidado?
         La niña hablaba con un tono grave, sin presentar ningún tipo de vacilación ante lo que estaba diciendo. Su opresor le asestó una patada, ella chilló.
         Entonces aparté la vista de las imágenes que me mostraba el diamante y la dirigí a la muchacha que estaba sentada a mi lado. Estaba temblando.
         —¿Esta eres tú?—pregunté. Ella asintió—¿Es por el diamante? ¿Ese es tu secreto?—Diana meneó la cabeza para ambos lados, no conforme del todo y señaló el diamante.
         —Me lo dirás o no volverás a hablar—le amenazó el hombre mostrando a la niña el doble filo de una navaja que reflejaba el brillo de la luna.
         —El secreto de esta joya se irá conmigo a la tumba—sentenció la pequeña intentando mostrarse serena.

Continuará...

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