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miércoles, 17 de julio de 2013

¡Todo por mis sandalias!

Os presento esta curiosa historia que seguro que os hace reír.
Hace 2013 años, durante la época de los grandes imperios, un romano fue al mercado a comprarse unas sandalias nuevas. Se detuvo delante de un vendedor que parecía tener buena mercancía. Cogió una sandalia y la observó de cerca.
-Me gusta esta aunque, es un poco pequeña-dijo el romano.
-Pues escoja otra porque sólo me queda esa talla.Si, eso, escoja otra- después bajó la voz- menos mal que no le gustan esas porque son las más baratas.
-Esta otra también parece muy cómoda aunque, ¡tiene un clavo en la suela!-añadió el romano soltándola de golpe.
-Cuidado señor. No las tire así que al final me las romperá-respondió el vendedor con aparente enfado.
-Si ya lo estaba. ¿Cómo puede vender esas sandalias? Alguien podría hacerse daño.
Tras criticar otras muchas zapatillas, se decidió por fin.
-Me las llevo. ¿Cuánto cuestan?
-Son 80 denarios-respondió el vendedor tranquilo a pesar de la cara que había puesto el otro al decir la cantidad.
-¿¡Cómo!? ¿¡Ha dicho 80 denarios!? ¿Pero usted se cree que las monedas llueven del cielo?-respondió el romano alterado-.Me voy.
Según iba andando el romano, más ganas tenía de poseer esas nuevas sandalias y más barato le parecía el precio y un pequeño incidente redondo hizo que más que un capricho, las sandalias se convirtieran en una necesidad. Antes de que cayera el mediodía volvió a la tienda.
-Me las llevo-dijo nada más estar allí mientras soltaba una pequeña bolsa con la cantidad que le pedía.
-Muy bien, señor. Hace usted muy bien. Como me ha caído tan bien le pondré su compra en un saco. Si, eso haré.
-Es muy atento por su parte. Gracias-respondió el romano agradecido.
-Nada, no es nada, si es el saco de los desperdicios.
-¡El saco de los excrementos! Quédeselo usted.
-Se equivoca. No es el de los excrementos, no, no, si no el de los desperdicios. Que no es lo mismo.No para nada
-Quédeselo usted.
-No, no que es broma, broma-respondió el vendedor en voz alta y después susurró- de broma nada.
El vendedor dio la mercancía al romano. Éste se dispuso a regresar a su casa. El agujero de su sandalia izquierda hizo que se parara a mitad de camino para cambiárselas. Cuando abrió el saco descubrió que...
¡Sólo había una!
Volvió a la tienda para exigir una devolución.
-Lea el cartel por favor, lea el cartel. Si eso- fue la respuesta que dio el vendedor. 
El curioso tono de voz del tendero comenzaba a poner nervioso al pobre romano que no tuvo más remedio que hacerle caso.
"No se harán cambios de ninguna sandalia en ningún caso(irritación de pies o caída de los mismos, roturas, muerte repentina, envenenamiento) y por encima de todo NO SE DEVOLVERÁ EL DINERO"
-¿Qué puedo hacer?-preguntó el romano.
-Se me olvidó decirle que ese modelo se vende por separado. Si, si, eso, una sandalia 80 denarios, la otra sandalia 80 denarios.¿Compra?
-Claro, ¿para qué quiero yo una sola sandalia si no soy cojo?-respondió el indignado mientras le daba otra bolsa con la cantidad.
-Por hacer tan buena compra, se lo meteré en un saco, en el de los excrementos.
El resignado comprador no dijo nada y, cuando cogió su compra, se alejó un par de metros y se dispuso a cambiarse de sandalias. Ya no había gastado 80 denarios si no ¡160!
Sacó la sandalia de la bolsa y vio que... ¿eran del mismo pie! Enfadado, volvió por tercera vez a la tienda para exigir un cambio. El vendedor se quedó callado y le mostró el cartel
-Deme otra que no sea del mismo pie-dijo el romano.
-Que comprador está usted, si, eso, qué comprador-respondió el vendedor mientras recibía el dinero y otorgaba nuevamente la sandalia.
El romano ya se había gastado la paga de un mes ¡240 denarios! Más le valía que no tuviera que comprar otra.
Se las provó, y esa vez no les pasaba nada. Pero a la primera pisada que dió se le hizo un agujero. Nuevamente volvió a la tienda, esa vez, acompañado por un soldado que lo observara todo y detuviera al vendedor por estafador. Volvió a la tienda confiado.
-Mi sandalia tiene un agujero-dijo el romano.
-¿Y qué quiere que haga yo? Eso, ¿qué quiere que haga?-respondió el vende
dor tranquilo. El romano estaba completamente desquiciado por su forma de hablar.
-Exijo un cambio.
No, señor, eso no puede ser, no, no. Ya conoce las normas, si, ya las conoce.
El soldado fue a detenerlo y el vendedor señaló otro cartel:
"Nadie tendrá derecho a acusar ni  a detener al vendedor de este puesto".
El soldado no pudo hacer nada y se fue.
-¡Es usted un estafador!-gritó el romano.
-Y usted un tonto, si, eso, un tonto. Tenía que haber leído el cartel antes. Si, eso, haberlo leído.
-Deje de utilizar esa forma de hablar que desquicia hasta a las sandalias.
-Esa expresión no existe, no, no. Váyase de mi tienda y deje de hacerme perder el tiempo. Si eso, váyase.
El romano se fue con los nervios rotos de camino a su dulce hogar para explicarle a su mujer que le habían estafado y que se había gastado el dinero del mes. Seguramente, después de eso, pasaría de llamarse dulce hogar para llamarse amargo hogar. 




1 comentario:

  1. Bueno supongo que las sandalias seran de marca por lo menos. En cuanto al resto puede pasar con csualquier cosa que compres.

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