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domingo, 7 de septiembre de 2014

¿Qué tienen en común un libro y un espejo?

      ¿Cuántas veces te miras en un espejo a lo largo del día? Seguro que unas cuantas. Pero, ¿cuántas veces coges un libro a lo largo del día? Algunos de vosotros diréis que una, otros que dos, y varios de vosotros agacharéis la cabeza intentando desviar la atención del hecho de que rara vez os acercáis a uno. No os preocupéis, no voy a decir nada sobre eso. Estoy convencida de que habrá alguna razón para vuestro abandono literario, o tal vez no..., pero no nos desviemos del tema.
    «¿Y qué tienen que ver un espejo con un libro?», os estaréis preguntando, «A la bloguera se le ha ido la cabeza», «deja de desvariar». No os impacientéis que todo tiene un por qué.
      ¿Qué tienen en común un espejo y un libro? (Y no, no os estoy tomando el pelo. Tienen una relación) El espejo refleja tu aspecto exterior y las palabras te muestran lo que llevas dentro y que, por unas razones u otras, a veces no se deja ver. Y quizá sea la razón por la que un libro despierte tantas pasiones y un espejo no. Por la que haya tantas personas que quieran escribir por gusto, y otras tantas que se limiten a hacer espejos por trabajo pero, estoy convencida de que a la inmensa mayoría no les gustará ese oficio y solo estarán por dinero. ¿Y por qué?
      Un espejo te enseña lo que estás esperando ver. Depende de cómo te mires y de tu estado de ánimo, pero si no quieres mirarte, pasas de largo en ellos y adiós problema. Nadie irá a forzarte para que lo hagas. Tampoco tiene algo que te atraiga y te obligue a su construcción.
      Sin embargo, un libro es diferente. Tiene la habilidad de mostrarte quién eres, no cómo eres, y, en muchas ocasiones, eso es lo que queremos evitar. A ninguno de nosotros (y aquí también me incluyo yo) nos gusta que nos digan lo que no queremos oír, aunque sea cierto, y es por eso que un libro puede generar pasiones y, puede que por fuera parezca muerto, pero no lo está. Por dentro se hallan los sentimientos y sensaciones de su autor, incluso de los lectores que lo han tenido entre sus brazos y se han visto relejado en cada una de sus páginas. Un libro tiene la capacidad de guardar un pedazo de sus almas y, a cambio, regalarles algo que les va completando y formando, sin que ellos sean capaces de percibirlo, algo indescriptible: tal vez valores, experiencia, sueños..., ¡y por qué no!, también sus personajes Un libro no oculta entre sus líneas algo inerte, sin sentido e innecesario, un libro tiene en su fondo algo único, bajo esas páginas se oculta el reflejo de una vida.
       «Y si es tan maravilloso, ¿por qué hay tanta gente que parece tener alergia a ellos y que, nada más verlos, intentan huir?», os preguntaréis. Un libro te enseña cómo eres por dentro y, tal vez, esas personas tengan algo que ocultar, o que intentan olvidar, una parte de ese reflejo que no desean ver. Pero un libro no distingue, te muestra entero, sin omitir nada, por doloroso que pueda resultar.
      Y es así que llegamos al punto más importante. Si es cierto que nadie suele fabricar espejos por gusto, hay miles de personas a las que nos encanta escribir. ¿Por qué? Porque somos libres; nadie nos dirá lo que podemos o no plasmar en un papel; porque nos ayuda a descubrirnos y, en algunos casos, se convierte en la única manera de que alguien pueda escuchar nuestra voz; porque no tenemos miedo de vernos reflejados; porque queremos que nuestros sentimientos perdures más allá de nuestra mera existencia; porque necesitamos que alguien nos escuche; porque sentimos la necesidad de hacerlo; porque si no escribimos, sentimos que una parte de nosotros va desapareciendo y no queremos que lo haga; porque, al igual que ninguno(indiferentemente de todo) imaginamos nuestra vida sin ver nuestro aspecto externo, nosotros no podríamos imaginar nuestra vida sin poder escribir.
      Y sin embargo, la gente prefiere mirarse al espejo antes que leer un libro.
 





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