Esos ojos que la miraban,
no hablaban pero tampoco hacían necesaria la palabra.
Ese brillo especial en la mirada,
ese gesto de libertad dibujado en su rostro.
¿Y ella? ¿Ella qué tenía? ¿Qué podía ofrecerle?
Nada.
Ya no quedaba ni rastro de la felicidad que alguna vez tuvo
y estaba claro que lo que él necesitaba era una mano amiga,
esa mano que ella jamás había sabido otorgar.
Cobarde.
Entonces,¿por qué seguía contemplándola con
aquella petición casi suplicante de auxilio?
Estaba confundida y, sin pensarlo por más tiempo,
se acercó, apartó su melancolía, y sonrió.
Él pareció feliz porque emitió algo similar
a un ladrido lastimero.
En ese instante, ella notó quebrarse su corazón;
se desabrochó la chaqueta y la echó por el lomo del animal.
Alivio.
Sin embargo, no era suficiente.
¿De qué serviría arroparle unos minutos
con su chaqueta si luego pensaba esfumarse?
Sufrimiento.
Lo único que conseguiría sería quebrar
aquel corazón al que la vida ya golpeó una vez
y que ahora trataba de sanar sus heridas.
Él necesitaba amor y ella acabar con su soledad.
Tendió la mano. Por primera vez.
Recogió aquel pequeño ángel del callejón
y le dio un hogar;
él, a cambio, le entregó el resto de su vida.
Desde entonces, cada vez que miraba
a los ojos de ese pequeño animal,
se daba cuenta de lo sola que había estado antes,
y lo que habría estado de no haberlo acogido;
y maldecía a sus adentros su propio egoísmo que,
de no haber sido por aquella mirada,
le habría mantenido el corazón helado
hasta que hubiera sido demasiado tarde para
descongelarlo.
¡Qué bonito poema!
ResponderEliminarMuy bonito!!!
ResponderEliminar