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domingo, 24 de mayo de 2015

Daw y la leyenda de las siete llaves I

      Abandonemos por un momento nuestra realidad y aventurémonos en un diminuto reino de nombre desconocido (pues nadie se tomó la molestia en recordarlo; al fin y al cabo, nadie se preocupa por las cosas pequeñas) porque en este cuento que os presento necesitaréis abrir bien todos vuestros sentidos si queréis llegar hasta el final:
      Había una vez un lugar al que unos llamaban de una forma y otros se referían a él de otra, pero lo importante no era el nombre, sino el inmenso tesoro que se ocultaba en su interior. Cientos de aventureros trataron de adentrarse en él, aunque ni tan siquiera lograron hallar la puerta que conducía a tan extraordinario paraje en el que se sucedían noche y día todo tipo de prodigios. Algún sabio se atrevió a afirmar alguna vez que aquella tierra legendaria estaba guardada bajo siete cerraduras cuyas llaves habían sido destruidas.
      Alejado de aquella tierra habitaba un muchacho pelirrojo de ojos azules, Daw le llamaban, junto a su familia en una vieja cabaña en mitad de una pradera perteneciente a uno de los nobles más influyentes del reino.
      Una tarde de verano, un hombre armado llegó tambaleándose hasta la mitad de la pradera,. Daw corrió a socorrerle y se espantó con el gesto de horror que traía dibujado en su rostro. Antes de que el extraño muriera, musitó unas últimas palabras que se esfumaron sin que el chico llegara a oír lo que quería decirle. Después esbozó una sonrisa de felicidad al quedar sostenido sobre los brazos del muchacho y contemplar el cielo en su mirada.
      Daw creyó escuchar el sonido de una puerta al abrirse. No le dio demasiada importancia porque probablemente se hubiese tratado del viento. Depositó al hombre entre la hierba unos metros más allá de donde se había desplomado y lo cubrió de lirios. Cerró los ojos y lloró,pese a no encontrar un motivo para hacerlo. Cuando la noche cubrió la tierra, Daw regresó a casa.
      A la mañana siguiente regresó a la tumba de aquel hombre y no había nada, a excepción de una pequeña charca junto a la que crecían algunos lirios. Aquel hecho le extrañó y pensó que lo mejor sería olvidarlo. Con esa intención volvió a casa y se encerró en ella, con los ojos cerrados y la cabeza oculta entre las rodillas. Solo estaba él en la habitación.
      Al caer la tarde, algo más calmado, fue por segunda vez junto a la charca y se miró en el agua, que devolvió su reflejo, aunque no le mostró la pradera, sino una explanada cubierta de árboles. Y le extrañó. Trató de tocar su superficie y, al hacerlo, sintió el contacto de la hierba que había crecido en aquel lugar, y, al sacar la mano, comprobó con horror que estaba cubierta de sangre. Daw gritó, espantado y trató de correr con unas piernas que le fallaron y no le dejaron avanzar más allá de medio metro.
      «La puerta ha comenzado a abrirse», sonó una voz.
      Daw se volvió hacia los lados y no encontró a nadie. Se agarró con fuerza al suelo hasta que sus manos terminaron cubiertas de tierra.
      «La puerta ha comenzado a abrirse», reiteró la voz.
      Daw chilló y el grito se ahogó.
      «Ciérrala» «Ábrela» «La puerta se está abriendo» «No puede abrirse» «Deja que entre» «Ciérrala» «Ábrela»
      Daw sintió temblar la tierra al escuchar aquel sin cesar de voces que parecían proceder del interior del agua. A continuación perdió el sentido y todo se volvió oscuro salvo por la figura de aquel hombre al que no había podido salvar, aunque le faltaban los ojos y únicamente vio sus cuencas.
      
CONTINUARÁ...

   Espero que os haya gustado el comienzo y deciros que intentaré publicar las continuaciones con la mayor frecuencia que pueda. Si queréis decirme algo podéis dejarme un comentario que estaré encantada de leerlos. Hasta la próxima

     

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