En un rato ya hemos llegado. En la
puerta nos está esperando una señora de unos ochenta años con el pelo recogido
en una larga trenza, que se sirve de un bastón para mantenerse en pie. Cuatro
chicos salen del interior de la vivienda y se lanzan a los brazos de Peter, que
cae al suelo.
—Tú
debes de ser Ettie, la hija de Enna y Shiros, ¿verdad?—me pregunta la vieja
Pemba, haciendo que los muchachos concentren su atención en mí.
Yo
asiento esbozando una sonrisa. Me alivia pensar que, al menos, alguien sabía de
mi existencia. La anciana pone su mano sobre mi hombro y me invita a pasar. Los
otros chicos entran junto a Peter y se tiran en unos cojines en cuanto han
cerrado la puerta. Uno de ellos me ha cogido del brazo y he terminado
aplastándome contra su pecho. Cuando veo que se trata de Peter, no puedo hacer
nada que no sea sonreírle y soltar una pequeña carcajada nerviosa. Su sola
presencia me pone bastante nerviosa, aunque no consigo comprender por qué, y noto
un ligero rubor en mis mejillas. Otra vez esa sensación. Ambos nos colocamos
tumbados boca abajo, abrazados al cojín.
La
vieja Pemba que, al parecer se había marchado, entra con unos zumos y unos
dulces de bayas. Los deja en una mesa que hay en la parte central de la
habitación, y se deja caer en un sillón, produciendo un pequeño gemido. Como
era de esperar, me piden que les cuente todo lo que me ha ocurrido hoy, y yo lo
hago. Mientras tanto, voy dirigiendo miradas a cada uno de los otros cuatro chicos:
el más joven de ellos se parece bastante a Peter, con su pelo rubio y su tez
clara, se llama Jack; dos de ellos son gemelos y solo se distinguen en el largo
del pelo, su piel es oscura, al igual su cabello y ojos, Kepa y Tot; el último
de ellos, tiene los ojos rasgados y el pelo negro, Shen.
Al
acabar de contar la historia, lo primero que hace la anciana es pedirme que me
acerque. Me quita la venda de la cabeza y examina la herida. Dice que no es muy
grave y que en unos días habrá cicatrizado. Después hace lo mismo con mi
muñeca. Yo me muerdo el labio mientras la toca. En este caso, la ha vuelto a
vendar y me la ha sujetado con un pañuelo al cuello para que no la mueva,
mientras hacía burla a las curanderas que tenemos en Sermaye por su habilidad
desempeñando el oficio.
Todos
los niños se han quedado dormidos, a excepción de Peter, aunque no creo que
deba tratarle como a uno porque está claro que ya o lo es y que, con toda
probabilidad, nunca haya podido serlo. Sin embargo, no quiero pensar en ello.
La
vieja Pemba me acompaña junto a Peter a una de las habitaciones del piso de
arriba y cierra la puerta. La estancia no es muy grande y está iluminada por
varias antorchas. No hay muchos muebles: un cajón con heno, que deduzco que
debe de ser la cama, sobre el que hay dos mantas de lana; una mesa con un
cuenco con agua; y, colgado en la pared junto a unas espadas, un dibujo sobre
el que está escrito la palabra «Mapamundi».
La
anciana sigue hablando con Peter. En cuanto he visto la imagen, todo lo demás
ha perdido importancia. Estoy convencida de que lo he visto en el dormitorio de
mi abuela, aunque con menos dibujos y colores y sobre él estaba escrito
«Kadinlar». Sin embargo, tengo la sensación de que el mundo antiguo era mucho
más bello que esto.
—Tú
también prefieres el mundo que había en la antigua era, ¿verdad?—me pregunta la
vieja Pemba sentándose al borde del cajón.
—Supongo
que sí—respondo, encogiéndome de hombros.
—¡Y
tú qué sabes! Vuestra sociedad lleva intentando borrar las marcas de La Costilla
de Eva desde hace más de quinientos años y, por mucho que intentéis culparnos a
los varones de ello, sabéis que las únicas responsables sois vosotras y que
nuestra sangre jamás borrará el rastro de vuestros errores—interviene Peter
escupiendo cada una de las palabras con desprecio, alzando cada vez más la voz.
—No
sé de qué hablas. Jamás he oído hablar de algo llamado La Costilla de
Eva—contesto, furiosa.
—A
pesar de todo, ¡eres igual a las demás! ¡No quieres saber nada!—dice, antes de
salir precipitadamente de la habitación dando un portazo.
Dirijo
la vista hacia la vieja Pemba, que me indica que me siente.
—Tú
no tienes la culpa—me dice—, no pediste nacer en esta era, ninguno lo pedimos.
Pero tienes que entender a Peter; ha sufrido mucho por culpa de los errores de
nuestras antepasadas.
—¡Y
me tiene que juzgar a mí, que durante toda mi vida se me ha ocultado todo lo
referente a la antigua era!—exclamo.
—Pues
ya es hora de que lo sepas: todo empezó durante la tercera guerra mundial que
asedió el mundo durante el 2100. Los países de occidente se enfrentaban a una
fuerza extremista y radical surgida al este del planeta. Cada día había más
muertes y la población mundial diezmó considerablemente. Las más afectadas
fueron las niñas y las mujeres que, a pesar de la igualdad que existía entre
ambos sexos en el bando occidental, eran secuestradas y asesinadas en ambos grupos.
»Mientras
el mundo se veía sacudido por una brutal guerra, considerada como un problema
de hombres, un pequeño grupo de chicas de entre dieciocho y veinte años se
habían congregado en las catacumbas de la ciudad de Roma, lo que hoy se conoce
como Sermaye, para intentar cambiar el mundo. Se hicieron llamar La Costilla de
Eva. Al principio, La Costilla de Eva protestó pacíficamente contra los
crímenes cometidos a las mujeres de ambos bandos, pero nadie las escuchó, por
lo que optaron por armarse y crear una banda criminal que atentaba en lugares
transitados y que, poco a poco se radicalizó y fue ganando adeptas y armamento
cada vez más poderoso. Al llegar el fin de la guerra, en el 2110, ya eran más
de un millón, y, para cuando los estados comenzaron a tomarse en serio la gran
amenaza que había surgido de la nada, ya era muy tarde porque, en las entrañas
de donde alguna vez tan solo había habido un grupo de jóvenes que intentaban
buscar la paz, se hallaba un almacén de bombas nucleares capaces de volar un
continente y ocultarlo bajo sus cenizas.
»La
Costilla de Eva logró someter al mundo con tan solo una bomba, pero eso no le
pareció suficiente. Pretendían reconstruir la Tierra por ellas mismas y, por
encima de todo, pretendían hacerles pagar a los hombres todos los males
sufridos desde el amanecer de los tiempos. Para ello cogieron todos los
inventos y descubrimientos realizados por varones y los lanzaron a América,
junto con las bombas sobrantes, que estallaron y volaron en mil pedazos el
continente junto con las personas que habitaban en él, dejando como restos de
aquella barbarie una neblina verdosa que, a día de hoy, todavía puede verse.
Ese hecho marcó el final de la antigua era y el comienzo de una nueva en la
que, todo el mundo se convirtió en un solo imperio, Kadinlar que, desde
entonces, fue gobernado con mano de hierro por el Consejo, compuesto por las fundadoras
de la Costilla de Eva. El Consejo creó los sacrificios a esa «diosa madre
Isthar» algunos años después de haber eliminado la convivencia entre ambos
sexos para asegurarse de que no hubiera levantamientos.
La vieja Pemba ya ha terminado su
historia y yo no sé qué decir. El tan solo pensar que desciendo de unas
asesinas me revuelve las entrañas. Ella está esperando una respuesta o algún
tipo de reacción por mi parte. No sé qué hacer así que me limito a formular una
pregunta sencilla:
—¿Por
qué?
—La
sed de venganza puede cambiar a las mejores personas—responde la anciana
mientras me deja en la habitación sola.
Me
hago un ovillo, cubierta por una de las mantas, y me apoyo en la pared. Estoy
muy cansada y, pese a mis intentos por permanecer despierta, termina
venciéndome el sueño.
CONTINUARÁ...
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