«Asesina».
Me levanto gritando. Mi cuerpo aún tiembla y no puedo borrar de mi mente esas
imágenes. Mi espada manchada con la sangre de un niño, la cabeza a unos metros
por detrás y el cuerpo de mi víctima convulsionándose hasta quedar inmóvil, con
un charco carmín bajo él. Aun recuerdo mi cara, mi gesto de satisfacción, y mi
sonrisa.
No
quiero ser así. Yo no soy así.
Alguien
llama a la puerta. Intento calmarme. Entra Peter y se queda apoyado en el vano
de la puerta.
—¿Qué
quieres?—pregunto.
—Ha
venido alguien—responde, con esa mirada penetrante que me hace sentir algo que
todavía no puedo identificar.
—¿Y
qué?—le espeto con frialdad.
—Quiere
hablar con…—aparto la vista de él, indignada—Está bien…no me trates así. Hagamos
una tregua.
Le
miro con recelo antes de sellar el pacto. Después, ambos bajamos al piso de
abajo donde se encuentran mis padres y hermanos, que se lanzan a abrazarme.
—Lo
siento. No podía soportar la idea de pertenecerles—susurra mamá con lágrimas en
los ojos.
—Tú
no tienes la culpa—respondo.
—Pero
no debí abandonarte. Tenía que haber permanecido a tu lado. Tenías derecho a
crecer con una madre.
—No
pasa nada…te comprendo—le digo.
Ella
parece más relajada, aunque yo no. Intento disimular, forzando una sonrisa. No
sé por qué lo he dicho y no es que no pueda entenderla, es que los recuerdos de
mi pasado son horribles. Cada noche me despierto acosada por las pesadillas.
A
partir de ese momento, decido perdonarles y empezar una nueva vida de escondida
junto a ellos. No vale de nada guardarles rencor por algo que ya sucedió y no
tiene remedio. Me llevan a mi nuevo hogar y me enseñan mi habitación. En unos
días, y con mi ropa nueva, ya no quedan restos de mi pasado, salvo el pelo, que
corto por encima de los hombros en cuanto se me presenta la oportunidad. Todos
dicen que me sienta bien. El tiempo pasa y cada vez me siento más unida a Peter
y sé que él también lo está. Entre los dos está surgiendo algo que soy incapaz
de identificar. Al cabo de unos meses, hacemos pequeñas excursiones al exterior
de la montaña para cazar y recolectar bayas y raíces. Me siento bien. Por
primera vez en mi vida no me siento atada a nada y soy feliz.
—¿Sabes
lo que significa ese colgante que llevas al cuello?—me pregunta una tarde en la
que contemplamos cómo el sol se pone. Yo niego— Es la identificación que nos
dan a los chicos en los campos de trabajo.
No
sé qué responder. Estoy desconcertada. Es la primera vez que Peter me cuenta
algo de su pasado. ¿Y qué le digo?
—Lo
siento.
¿Por
qué he dicho eso? ¿En qué estoy pensando?
—No
puedes ni imaginarte lo horribles que son esos lugares, sobre todo para los más
pequeños. Muchos de ellos mueren antes de ponerse a trabajar. ¡Mejor para
ellos!—me responde con amargura.
Y
yo qué le respondo ahora. Diga lo que diga voy a meter la pata así que lo mejor
será que me mantenga callada. Peter tiembla, tiene ganas de llorar. Me acerco a
él y le tomo de la mano.
—¡Nos
matan, Ettie! ¡Para Kadinlar no somos nadie! Nos lo quitan todo y después nos echan
a la arena para que nos matéis. No puedes hacerte una idea de lo que es
acostarse con el miedo a que a la mañana siguiente tengas una espada en la
garganta. Ninguna de vosotras puede hacerse una idea de lo que significa ser…¡Qué
digo ser! No somos nadie, no importamos a nadie y no valemos nada. Existimos
para que vosotras sigáis vivas, no servimos para otra cosa.
—Te
equivocas. Para mí sí eres alguien; me lo has devuelto todo.
Él
me mira extrañado, con un brillo diferente, se acerca a mí y me besa. Nuestros
labios se funden en un solo y ya comprendo lo que significa la palabra amar. Ya
entiendo esa sensación que en un primer momento fue tan solo una atracción y
que hoy se ha convertido en algo más. Me acaricia el pelo y yo hago lo mismo.
Al fin sé lo mucho que he echado en falta esa sensación que jamás imaginé que
podría sentir. Ya no tiembla, y sé que ya no tiene ganas de llorar. Cuando nos
separamos, continuamos abrazados un tiempo antes de regresar a casa.
—¿Volvemos?—me
pregunta.
—Vete
yendo. Ahora te alcanzo.
En
cuanto Peter se pierde en la espesura, agarro el colgante y lo arrojo lo más
lejos que puedo. Cae rodando colina abajo hasta desaparecer. Mejor. Ya no lo
necesito.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario