¡Hola queridos lectores! ¿Cómo andáis? Aquí estoy otra vez en mis intentos por ser una escritora medianamente decente y hoy toca una reflexión que hacía mucho que no publicaba ninguna. Espero que os guste y, como siempre, si queréis dejarme un comentario porque no estáis de acuerdo o por lo que sea, yo estaré encantadísima de leerlo:
El destino es caprichoso, ¿verdad? Puede dar mil vueltas y, cuando parece que ya has descubierto el tuyo, te das cuenta de lo equivocado que estabas. Entonces te pierdes y miras al futuro sin atreverte a pensar lo que sucederá porque, hasta ese día ya creías saberlo, pero nunca conociste las respuestas a unas preguntas que ni siquiera te planteaste suponiendo que las conocías. Quizá en eso consista vivir, en caminar por un sendero oscuro que cuando sientes que está iluminado se esconde en las tinieblas.
Y cuando todo cambie, ¿qué harás? No lo sabes y te asusta el pensarlo. Todos tememos que llegue la hora en que tengamos que enfrentarnos a lo desconocido y un cambio caprichoso del camino puede serlo. ¿Que cómo es posible? Si lo supiera tal vez no tuviera miedo, y esto es solo una simple reflexión de una escritora soñadora que no cesa de ver cambiar su rumbo sin ser capaz de detenerlo.
¿Y si ya no únicamente caminas a ciegas sino que además el camino se divide en dos? Pues déjate guiar, que sea tu instinto el que te lleve, ese palpitar de tu pecho que sientes y que no puedes controlar, aunque no pierdas la cabeza.
¿Y qué pasará si es un error? Que algo aprenderás, ¿no? Cambia el rumbo en cuanto te sea posible, pero nunca des marcha atrás, siempre hay que seguir adelante, pase lo que pase. Tampoco hay que detenerse, camina hacia lo que quiera que esté esperando en alguna parte sin temor a nada porque nunca sabes el giro que podrá dar tu vida.
El destino también tiende a poner piedras por dondequiera que vayamos, o quizá seamos nosotros los que las veamos, no sé, el caso es que están ahí. ¿Y qué hacemos entonces? Pues eso dependerá del tamaño de la piedra (porque no es lo mismo las piedrecillas que hay en los parques que los pedruscos que hay en lo alto de las montañas) y de nosotros mismos. A veces la saltaremos en un segundo y otras veces pasaremos años intentando rodearla. Y si no lo conseguimos, quizá nos esté indicando que no hay nada más allá de ese camino y que debemos tomar otro.

En resumen, que nadie puede prever los cambios que dará el destino y que hay que tener fuerza para afrontarlos porque lo importante es seguir adelante y luchar por aquello que creemos correcto pero, sobre todo: ¡hay que aprender a vivir!
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