Caminaba por la arena como otras tantas veces, contemplando el ir y venir de las olas, que derrumbaban un gran montón de tierra y la fundían con el resto de ella. Se le escapó una lágrima que bañó su mejilla. "Otro sueño roto", pensó, como acostumbraba a hacer. Le gustaba hacer castillos en el aire pero no dejaban de ser como aquel medio derruido, sensibles a las mareas.
No recordaba qué había deseado la última ocasión, ni la anterior, sólo aquel palacio que, sin quererlo, había construido, a pesar de que se prometió que no lo haría más, que estaba cansada de ver cómo las olas acababan con sus aspiraciones de grandeza. Y, aunque ya estaba acostumbrada a la decepción y a verse de nuevo en esa chabola que constituía la realidad, el dolor de bajar a la tierra todavía no era capaz de soportarlo.
Una gaviota voló por encima de ella y alzó la cabeza, con los ojos tan brillantes como solían estar cuando soñaba con emprender el vuelo de nuevo. Algo la agarró a la tierra, y se abstuvo de abrir las alas y acompañar al ave. "No volveré a soñar, otra vez no". Y siguió andando, pensando en la cantidad de momentos en los que había creído que podía tocar las nubes e, incluso, alcanzar el sol, y casi había sentido su calor. Y luego dejaba de ascender y llegaba la caída, un brutal choque contra la tierra que la dejaba hundida un par de días. Y no permitiría que aquello volviera a pasar porque estaba convencida de que lo más inesperado no sucedería, que no podría pasar toda su vida en el cielo porque, hasta los pájaros tienen que tocar suelo alguna vez, y ella no era un animal tan fuerte como ellos; al contrario, era débil, enfermiza y con cierta tendencia a la depresión. ¿Qué la hacía merecedora de rozar el cielo, de contemplar los astros desde tan arriba? Nada, y eso la hacía caer siempre.
Subió por el paseo marítimo hasta el embarcadero, y observó los barcos, que navegaban con rumbo a saber dónde, dispuestos a vencer a toda marea y tempestad para llegar a buen puerto. ¡Qué poco se parecía a ellos! En comparación no sería más que un pequeño bote sin remos con un agujero en la madera que una vez confundió con un barco pirata. ¡Más sueños! Aventuras, romance, éxito...Y llegaba la tormenta y se hundía, pero no trataba de regresar nadando, se ahogaba, a la espera de que el destino quisiera salvarla, y terminaba cansada, y casi muerta. ¡No volvería a aspirar con llegar tan lejos!
Y entonces se sentó en el muelle, y contempló las olas que mecían un pequeño barco, no demasiado grande, aunque no se hundiría fácilmente. En la proa llevaba su nombre, y una nueva posibilidad de alcanzar el horizonte. Descartó la idea de dejarlo todo por una aventura. Algo saldría mal, seguro. La suerte nunca estaba de su parte.
Regresó a su casa y se echó sobre la cama, sin saber que esa nave le daría todo aquello que llevaba soñando, le llevaría tal lejos que alcanzaría la línea del horizonte y le daría alas, volaría alto y llegaría a un precioso castillo de nube en el que ella sería la reina y donde cada mañana podría tocar el cielo y hablar con las estrellas por la noche sin que hubiese nada que pudiera hacerla bajar a la tierra. Habría sido dueña del cielo y lo dejó pasar por miedo a una nueva decepción. Se pasó toda la vida mirando cómo todos emprendían las nubes menos ella, porque una vez no tuvo el valor de soñar.
Un fracaso debe hacerte más fuerte,
nunca debe quitarte las ganas de soñar porque,
en ocasiones, los sueños se hacen realidad.
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