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jueves, 26 de noviembre de 2015

El olvido, la muerte

      Recordar le era difícil; el olvidar y no saber qué había perdido no le satisfacía pero tampoco le atormentaba como el que le dijeran que debía acordarse de tal o cual persona. Podría haber sido emperatriz de China, princesa de Troya, heroína de guerra, que no lo sabría nunca. Personas cuyos rostros apenas conocía se acercaban cada día a su pequeña habitación, de la que pocas veces salía, aunque tampoco fuera consciente de ello, para sonreírla y hablarla sobre cosas que no tardaba más de una noche en olvidar.
      Allí esperaba Laura, cuyo nombre le habían susurrado nada más despertar aquella mañana,  sentada sobre la cama, mirándose los nudillos de su mano, pelados, y los centros de sus dedos,  que realizaban curvas profundas y entrecortadas que solo la vejez habría sido capaz de trazar. En sus manos, blancas y terminadas en garras con las puntas de sus dedos destrozadas, sus venas que otras tantas veces se habían visto rotas, relucían al trasluz de la lámpara de su dormitorio. Se subió la manga del pijama y acarició su muñeca, y los grandes surcos que la atravesaban, convirtiéndose en sus ojos olvidadizos en marcas de la edad sin demasiada importancia; sin embargo, todavía quedaban personas que sabían que aquellas cicatrices tenían un significado mucho mayor: tuvo el poder de matarse y estuvo a punto de hacerlo, pero su cobardía la impulsó a no renunciar a todo ,sin más, en un acto reflejo que le salvó la vida...porque, por suerte, una chica le enseñó una vez cómo aliviar el dolor sin llegar al suicidio.
      Nadie que conociera aquella historia se había atrevido a recordársela, más por cuidarse del dolor que todavía les producía el recuerdo que por el hecho de que llegara a afectarla; total, lo olvidaría rápido y tendría otro motivo por el que lamentarse. A pesar de ello, hubo una excepción; una visita inesperada de un hombre que tendría aproximadamente su edad, algunos años arriba, quizá. Se sentó frente a ella y lloró, apenas unos segundos. Entonces se ayudó del sillón que tenía a su lado para arrodillarse y cogerla una de sus maltratadas manos. Lucía se mantuvo quieta y dejó que aquel anciano besase su mano. Tal vez fue la extraña sensación de calidez que despertaba en su pecho, tan distinta del frío glacial que experimentaba la mayor parte del tiempo, lo que evitó que gritase. Ni siquiera recordaba que el hombre pasó aquella tarde junto a ella como para pensar en lo que la hizo disfrutar de aquel día que las tinieblas se encargarían de cubrir, como siempre hacían.
      —Hubo un tiempo en que te odiabas. Buscaste por todos los medios deshacerte de ti misma, y me despreciaste; solo porque quise evitar que terminaras destruyéndote.
      Una chica adolescente, ella... los azulejos azules del baño de su casa...el grifo de agua corriendo. Nunca hasta ese momento había conseguido recordar nada de su vida pero la visión de aquella joven, delgada, esquelética,demacrada y cubierta de maquillaje para cubrir su mortal palidez pareció abrirle un estrecho sendero de luz.
     —Sigue—pidió, casi a modo de súplica, con la esperanza de aferrarse con más fuerza a aquel pasado que tanto tiempo se habían empeñado en que buscara.
      —Íbamos a la misma clase, en el mismo instituto. Te miraba desde la distancia, temeroso de hablarte, y te veía cambiar. Al principio me hablabas, me devolvías la sonrisa y el saludo; incluso llegué a creer que quizá tuviera alguna oportunidad contigo...pero estaba él, el verdadero poseedor de tus miradas, y te daba igual que yo fuese el más atlético de la clase, el preferido de la mayoría de las chicas...porque tú lo querías a él, estabas convencida de ello, y a tanto llegó que terminasteis casándoos. Y si él fue el que te hizo entrar en razón, mis penas no tendrán sentido.
      —Es hermoso lo que dices—respondió Lucía, con la voz cortada a causa de la emoción.
      —Más hermosa fuiste tú en la flor de la vida, hasta que te empeñaste en acabar contigo.
      —¡Cómo!
      —Por obsesionarte con una condenada cifra que no parecía importarle a nadie más que a ti. Entonces dejaste de comer, de preocuparte por ser feliz, dejaste de lado tus estudios y te metiste sin darte cuenta en una espiral de la que te costaría mucho volver a salir. Intenté ayudarte, créeme, hacerte ver lo mucho que te queríamos todos antes de que cambiases, y me insultaste, me dijiste que no era muy diferente de aquellos médicos que te hacían mojar la almohada de lágrimas y hacerte sentir la chica más desgraciada sobre la faz de la tierra. Nunca lo pretendí, te lo aseguro. Por último me gritaste algo que aún hoy resuena en mis oídos y que está grabado a fuego en mi corazón: "No me juzgues, no tienes ningún derecho a hacerlo, no sabes lo que soy ni lo que siento, y, si lo supieras, te horrorizarías tanto como yo...
      —...no sabes lo que veo en el espejo de mi habitación cada noche, la abominable criatura que me devuelve la mirada no soy yo y quiero acabar con ella. No entiendo qué hay de malo en intentar buscar la felicidad, sin importar cómo la consiga"—completó Laura, como si aquellas palabras hubieran permnecido encerradas en su pecho por demasiado tiempo.
      El hombre tanteó de espaldas el silló y se apoyó en él para no caer. Por sus mejillas se deslizaron varias lágrimas. Parecía ella, la misma Laura que le había gritado aquellas palabras desde una vieja habitación de hospital.
      —¿Sabes qué sucedió entonces?—la anciana negó con la cabeza—Me alejé de ti, tal como me pediste, pero cada día regresé al hospital por la tarde y me hice un ovillo a la izquierda de tu habitación, aprovechando que hacía esquina con las escaleras. A veces te escuchaba gritar, tus lamentos me rompían el corazón, te lo aseguro, aunque no podía dejarte así. Más de una vez escuché el grifo de tu habitación sonar y me contuve de avisar a alguien, pensando que lo único que te haría recobrar el sentido serías tú misma. Y pasó un año, y cada vez te volvías más etérea. No viste nuestro barrio en más de un año, cuando pensé que ya no resistirías más tiempo. Te costaba tenerte en pie, caminar, a veces perdías el conocimiento y otras te dolía el pecho. Creí que te perdería.
      —Pero no fue así. ¿no?
      —Por suerte. No sé qué fue lo que te hizo mejorar, pero se lo agradeceré el resto de mi vida. Seguías gritando de rabia, y a veces también escuchaba el grifo, supongo que sería en aquellos momentos en los que no podías soportarlo más. Y llegó esa chica, Paula, creo. Os hicisteis íntimas muy rápido y hablabais sobre todo tipo de temas que, por supuesto, jamás osé escuchar, salvo en una única ocasión. No sé lo que le preguntarías pero su respuesta fue clara :"Hay veces en las que quiero morir, y otras en las que lo único que quiero es dejar de sufrir. Para lo segundo el remedio es fácil, marcar perpendiculares, pierdes mucha, es cierto, pero no resulta mortal. Cuando quieras poner fin a todo, lo único que tienes que hacer es hacerlas paralelas...y se acabó, así de fácil". 
      A Laura le costó entender a qué se refería exactamente hasta que cayó en las cicatrices de su muñeca. El hombre continuó hablando:
      —Aquella tarde te escuché gritar, visitaste el baño más de una vez y rompiste alguna que otra cosa, y luego silencio..¡pensé que te habías ido! que te había perdido para siempre, aunque es cierto que nunca fuiste mía.
      —Lo único que quise fue dejar de sufrir, de tener que preocuparme por esos condenados números que bailaban en mi cabeza...escuché una voz, un grito desesperado, y la cuchilla que había entre mis manos cambió de dirección. No sé quien fue, solo que consiguió hacerme ver la luz, como tú ahora, a pesar de que no puedo recordar tu nombre. Aquel desconocido me hizo aferrarme a la vida, hacerme ver que esos números quizá no tuvieran tanta importancia, porque el mundo estaba lleno de personas que me querrían como era, al igual que ese chico debió de querer mucho a la persona por la cual fue capaz de producir un sonido tan desgarrado y lleno de tristeza...
      —¿Lo recuerdas?—preguntó el anciano.
      —¿Qué?
      —Dije que si lo recuerdas.
      —¿El qué? ¿Cómo?
     Y volvió a sumergirse en la misma oscuridad en la que estaba en ese instante, contemplando aquellas marcas de sus muñecas como si aquella conversación nunca hubiese tenido lugar, como si lo mucho que había sufrido en su vida nunca hubiese sucedido: la cuchilla, el baño, aquel reflejo que no era suyo. ¿Que sentido había tenido su vida y lo mucho que había padecido si ni siquiera podía recordarlo? Más de una vez había estado al borde de la muerte, y no pocas se habría alegrado de que su corazón dejase de bombear sangre a un cuerpo que se negaba a vivir. había llorado mucho a causa de ello, pero nunca con tanta fuerza como ese día en el que, sentada sobre la cama, sabía que tenía una historia que no recordaba y que, por tanto,  carecía de sentido para ella. Quizá debería haber dejado que la cuchilla acabase con ella...por lo menos habría muerto sabiendo quién era.
   



      
     

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