Las personas cambian y, a medida que caminan, sus mochilas se llenan de experiencias nuevas y aprenden a desprenderse de aquello que ya no formará parte de ellas. Esto también ocurre a la hora de escribir. Los grandes viajes que hacía con mis libros cuando estaba empezando, esas historias que buscaba porque necesitaba vivir ya no son las mismas que escribo ahora.
A veces la idea de cambio me aterra, siento que estuviera perdiendo una parte de mí que aún no debe marcharse. Siento que me traiciono a mi misma dejando en desuso viejas expresiones, temas que fueron el motivo por el que empecé a escribir...No estoy preparada.
No podía tener el control de mis escritos cuando tenía doce años, y después de todo este tiempo sigo sin ser capaz de tenerlo. Quizá, el día que logre sacar adelante una historia tal como la había planeado, la escritura deje de tener sentido para mí y la abandone. Es por eso mismo que me da miedo mirar a mi yo del pasado, sentada en un sillón diez minutos antes de ir a clase y decirle que aquellas historias que le hicieron empezar a escribir no son las mismas que escribo ahora. Seguramente se sentiría traicionada o ni siquiera se lo creería.
Pero no es algo que pueda controlar, al igual que tampoco sé si mañana me encontraré con tal o cuál persona. Las historias me buscan a mí, y hasta que no las escribo no me dejan descansar. Supongo que la vida real enriquece la del escritor, que los gustos evolucionan, el lenguaje se vuelve más certero y que los sueños, aunque aún permanezcan los castillos en el cielo de cuando era niña, se cumplen o surgen otros nuevos.
Mi escritura se nutre de aquellos sueños (o pesadillas) que necesito contar para conservar mi cordura. Escribo por necesidad, porque no me imagino la vida sin un cuaderno y un boli en un bolso, necesito encontrar personajes en los lugares más inesperados, sentir que no estoy loca por querer salvar un reino que me he inventado, por imaginar que existen los ángeles (y los demonios), los elfos, los castillos, las misiones imposibles, los príncipes malditos, los villanos que puedan llegar a ser buenos... Eso no ha cambiado, y me reconforta verlo. Creo que lo único diferente es la forma en la que me asomo a la ventana de la vida y la observo.
¿Y que ocurrirá si cambio de manera radical de temas, de sueños, de personajes? ¿Debería considerarlo como una traición a esa niña soñadora o como su crecimiento personal?
Espero, pequeños unicornios, que hayáis disfrutado de la entrada. Ya sabéis que estaré encantada de leer vuestros comentarios y prometo no dejaros tanto tiempo sin mis delirios. ¡Nos vemos en la próxima entrada!
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