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martes, 5 de agosto de 2014

Grabado en un diamante 2

        Al ver cómo el hombre le metía el filo en la boca, aparté la vista. Diana tampoco pudo soportar verlo de nuevo.
         —¿Es por eso que no puedes hablar?—Diana movió la boca afirmándolo, con gesto apenado— ¿Y cómo es que sigues viva?—la muchacha señaló el diamante—¿Es una especie de amuleto?—ella dijo que sí—¿Y por qué lo quería ese tipo?—la muchacha volvió a señalar el diamante.
         Los rostros se volvieron más difusos hasta que ya solo se vio una gran mancha roja. Diana volvió a frotar la joya con aquel paño y aparecieron otras imágenes. Era yo. Estaba sentado en mi sillón, frente a la chimenea de mi piso con el diamante en mi regazo. No podía comprender lo que estaba sucediendo. Hasta ese mismo día yo jamás había visto aquella gema.
         —¿Eso pasó?—pregunté, apartando la vista de las imágenes. Ella negó—¿Y por qué nos lo muestra? ¿Acaso pasará?—Diana dijo que sí.
         La muchacha frotó una tercera vez la piedra preciosa que nos mostró a nosotros mismos, mirando el diamante. Alcé la cabeza, sin apartar la vista de aquel objeto tan extraordinario. Mi yo de dentro también lo hizo.
         —¿Esto está pasando ahora?—ella sonrió.
         Todas las ideas que hasta ese momento había habido en mi desgastada mente cobraron un sentido. Aquella joya que parecía haber sido tallada por los ángeles tenía la capacidad de mostrar todo lo que había sucedido, estaba ocurriendo y pasaría. Miré de nuevo a Diana con una visión renovada que tenía un extraño brillo en los ojos que hasta entonces había pasado por alto, tenía una mirada que parecía escapar de este mundo.
         La muchacha asintió, aunque, al principio, no supe por qué. Luego creí haberle encontrado el sentido. Tal vez hubiera leído mi mente. Ella me lo confirmó moviendo la cabeza de nuevo.
         —Tú no perteneces a este mundo, ¿verdad?
         Diana señaló el diamante y lo acarició de nuevo. Ante nosotros se mostró la imagen de una gran habitación. Había una mujer tumbada en una cama que había al fondo de la sala, tapada con la manta hasta los hombros. Sentado junto a ella había un hombre, con un bebé cogido en brazos. Ambos miraban atónitos hacia un armario que había enfrente. Desde el primer momento, no aparté la vista del bebé. Algo extraño, lo que parecían ser plumas, sobresalían de su espalda. Sobre sus brazos había un diamante que frotaba con la tela de su túnica blanca. Aparté la vista de lo que aquella gema extraordinaria y la dirigí a Diana.
         —Tú eres un…—ella afirmó. Me llevé las manos a la cabeza—. ¿Y qué haces aquí?
         Diana se señaló a sí misma, luego al diamante y por último a mí.
         —No te entiendo—le confesé.
         Pasó el trapo por la superficie casi cristalina. Yo miraba atentamente. Recordaba con absoluta clarividencia aquel momento, aquella tarde hace más de veinte años en la que los copos de nieve golpeaban con fuerza contra los cristales. Dirigí una mirada dolida a Diana a la vez que intentaba mantener las fuerzas. Ella me indicó que siguiera mirando y, muy a mi pesar, seguí contemplando aquellas imágenes. Allí estaba mi querida María, con las manos puestas sobre las mías, con su entrecortada respiración, con su tez que se iba tornando pálida y fría.
         —¿Por qué me tienes que dejar?—me escuché decir.
         —Nada sucede porque sí—dijo ella con dificultad.
         Yo dirigí una mirada a Diana. ¿Qué era lo que pretendía mostrándome aquella situación. No me hacía falta ver ese momento, jamás había llegado a olvidarlo y sus palabras todavía resonaban en mi mente. Diana señaló el diamante.
         —¿Y por qué tú?—le dije.
         —Ya lo descubrirás, todo está grabado en un d…—su voz se cortó y otra vez vi apagarse al que había sido el amor de mi vida.
         Cuando el diamante se apagó, yo intenté atar cabos y parecí comprenderlo todo. Diana tenía que encontrarse conmigo para hacerme entender el por qué. Ahora lo entiendo. Cuando el autobús llegó, ella depositó el diamante tapado con un trapo en mis brazos y yo me despedí de ella con un abrazo. Estaba seguro de que jamás la volvería a ver. Y así fue. A la mañana siguiente, abrí el periódico y en la primera página aparecía la noticia de una niña de ocho años, de pelo rubio y ojos verdes que había sido asesinada la tarde pasada. En ese momento sentí mi corazón quebrarse. Guarde el diamante en un cajón y aquí estoy, varias semanas después, tal y como me había visto sentado junto aquella niña de belleza infinita y extraordinaria.
         Aquí estoy en mi sofá, intentando comprender el sentido de aquel extraño encuentro. Ya creo haber desenmarañado todo. El diamante se iluminó hace un par de minutos y me ha mostrado a mi María. Después se ha oscurecido y han aparecido unas letras:

         “Grabado en un diamante queda el destino del mundo, grabado en un diamante el por qué de la vida y la muerte, grabado en un diamante que quedó custodiado bajo la toga de un ángel”.


          ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha hecho pensar? A mí desde luego sí lo ha hecho mientras la escribía, aunque eso es normal, ¿no? 😊 ¿Por qué no dejáis vuestro comentario más abajo?

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