Al ver cómo el hombre le metía el filo en
la boca, aparté la vista. Diana tampoco pudo soportar
verlo de nuevo.
—¿Es
por eso que no puedes hablar?—Diana movió la boca afirmándolo, con gesto
apenado— ¿Y cómo es que sigues viva?—la muchacha señaló el diamante—¿Es una
especie de amuleto?—ella dijo que sí—¿Y por qué lo quería ese tipo?—la muchacha
volvió a señalar el diamante.
Los
rostros se volvieron más difusos hasta que ya solo se vio una gran mancha roja.
Diana volvió a frotar la joya con aquel paño y aparecieron otras imágenes. Era
yo. Estaba sentado en mi sillón, frente a la chimenea de mi piso con el
diamante en mi regazo. No podía comprender lo que estaba sucediendo. Hasta ese
mismo día yo jamás había visto aquella gema.
—¿Eso
pasó?—pregunté, apartando la vista de las imágenes. Ella negó—¿Y por qué nos lo
muestra? ¿Acaso pasará?—Diana dijo que sí.
La
muchacha frotó una tercera vez la piedra preciosa que nos mostró a nosotros
mismos, mirando el diamante. Alcé la cabeza, sin apartar la vista de aquel
objeto tan extraordinario. Mi yo de dentro también lo hizo.
—¿Esto
está pasando ahora?—ella sonrió.
Todas
las ideas que hasta ese momento había habido en mi desgastada mente cobraron un
sentido. Aquella joya que parecía haber sido tallada por los ángeles tenía la
capacidad de mostrar todo lo que había sucedido, estaba ocurriendo y pasaría.
Miré de nuevo a Diana con una visión renovada que tenía un extraño brillo en
los ojos que hasta entonces había pasado por alto, tenía una mirada que parecía
escapar de este mundo.
La
muchacha asintió, aunque, al principio, no supe por qué. Luego creí haberle
encontrado el sentido. Tal vez hubiera leído mi mente. Ella me lo confirmó
moviendo la cabeza de nuevo.
—Tú
no perteneces a este mundo, ¿verdad?
Diana
señaló el diamante y lo acarició de nuevo. Ante nosotros se mostró la imagen de
una gran habitación. Había una mujer tumbada en una cama que había al fondo de
la sala, tapada con la manta hasta los hombros. Sentado junto a ella había un
hombre, con un bebé cogido en brazos. Ambos miraban atónitos hacia un armario
que había enfrente. Desde el primer momento, no aparté la vista del bebé. Algo
extraño, lo que parecían ser plumas, sobresalían de su espalda. Sobre sus
brazos había un diamante que frotaba con la tela de su túnica blanca. Aparté la
vista de lo que aquella gema extraordinaria y la dirigí a Diana.
—Tú
eres un…—ella afirmó. Me llevé las manos a la cabeza—. ¿Y qué haces aquí?
Diana
se señaló a sí misma, luego al diamante y por último a mí.
—No
te entiendo—le confesé.
Pasó
el trapo por la superficie casi cristalina. Yo miraba atentamente. Recordaba
con absoluta clarividencia aquel momento, aquella tarde hace más de veinte años
en la que los copos de nieve golpeaban con fuerza contra los cristales. Dirigí
una mirada dolida a Diana a la vez que intentaba mantener las fuerzas. Ella me
indicó que siguiera mirando y, muy a mi pesar, seguí contemplando aquellas
imágenes. Allí estaba mi querida María, con las manos puestas sobre las mías,
con su entrecortada respiración, con su tez que se iba tornando pálida y fría.
—¿Por
qué me tienes que dejar?—me escuché decir.
—Nada
sucede porque sí—dijo ella con dificultad.
Yo
dirigí una mirada a Diana. ¿Qué era lo que pretendía mostrándome aquella situación.
No me hacía falta ver ese momento, jamás había llegado a olvidarlo y sus
palabras todavía resonaban en mi mente. Diana señaló el diamante.
—¿Y
por qué tú?—le dije.
—Ya
lo descubrirás, todo está grabado en un d…—su voz se cortó y otra vez vi
apagarse al que había sido el amor de mi vida.
Cuando
el diamante se apagó, yo intenté atar cabos y parecí comprenderlo todo. Diana
tenía que encontrarse conmigo para hacerme entender el por qué. Ahora lo
entiendo. Cuando el autobús llegó, ella depositó el diamante tapado con un
trapo en mis brazos y yo me despedí de ella con un abrazo. Estaba seguro de que
jamás la volvería a ver. Y así fue. A la mañana siguiente, abrí el periódico y
en la primera página aparecía la noticia de una niña de ocho años, de pelo
rubio y ojos verdes que había sido asesinada la tarde pasada. En ese momento
sentí mi corazón quebrarse. Guarde el diamante en un cajón y aquí estoy, varias
semanas después, tal y como me había visto sentado junto aquella niña de
belleza infinita y extraordinaria.
Aquí
estoy en mi sofá, intentando comprender el sentido de aquel extraño encuentro.
Ya creo haber desenmarañado todo. El diamante se iluminó hace un par de minutos
y me ha mostrado a mi María. Después se ha oscurecido y han aparecido unas
letras:
“Grabado
en un diamante queda el destino del mundo, grabado en un diamante el por qué de
la vida y la muerte, grabado en un diamante que quedó custodiado bajo la toga de un ángel”.
¿Qué os ha parecido? ¿Os ha hecho pensar? A mí desde luego sí lo ha hecho mientras la escribía, aunque eso es normal, ¿no? 😊 ¿Por qué no dejáis vuestro comentario más abajo?
¿Qué os ha parecido? ¿Os ha hecho pensar? A mí desde luego sí lo ha hecho mientras la escribía, aunque eso es normal, ¿no? 😊 ¿Por qué no dejáis vuestro comentario más abajo?
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