—Vamos, Ettie, mátalo—grita
Cassandra.
Apenas
me llega su voz, apenas escucho la voz del mundo que me exige que haga pedazos
al hombre de cuyos labios ha salido tan noble palabra. No sé si será verdad lo
que dice. Ninguna conocemos a nuestro padre pero, si lo que dice es cierto…No
puedo matarlo, no después de escuchar aquello. No me importa lo que pasará
después, sólo sé que no quiero. Tengo que saber si es cierto.
Por
primera vez en mi vida dejo de hacer lo que este cruel mundo me exige, cojo la
espada del suelo y rompo las cadenas que atan a aquel hombre. Todo sucede muy
deprisa. Escucho los gritos de mi abuela mientras subimos por las escaleras de
la tribuna. Iara me sujeta la túnica y se queda con parte de ella. Ingrid grita
a las guardianas que nos frenen y no lo consiguen.
Para
cuando quiero hacerme cargo de la situación, ya hemos salido del templo y nos
dirigimos a las montañas que hay al norte. Corremos durante el resto del día,
haciendo pequeñas pausas cada hora y alejándonos de las poblaciones cercanas y
los caminos transitados. Al caer la noche hemos llegado al pie de una montaña,
a la que, minutos después, estamos subiendo, acompañados por el ulular
incesante de los búhos y el susurro del
viento al chocar contra las ramas. Él deja de correr al llegar a unos arbustos
y me indica que le siga. Yo obedezco y camino detrás, viendo cómo mi túnica se
desgarra a cada paso que doy. Cuando los setos terminan, me encuentro en el
interior de una gruta bien camuflada, en la que sólo se ve un único rayo de
luna reflejado en una de las estalactitas. Tras más de medio día corriendo, al
fin nos dejamos caer en la parte interna e intentamos recobrar el aliento.
—¿Es
cierto lo que has dicho?—pregunto sin ocultar mi desconfianza
—¿Por
qué iba a mentirte?
Yo
me encojo de hombros. Hay multitud de razones. Ninguna ha conocido jamás a su
padre. El gobierno se encarga de ello otorgando a las mujeres que lo soliciten
una especie de paquete donde viene todo lo necesario para quedarse embarazadas.
Otra de las despiadadas políticas «anti amor» de nuestras respetadas
gobernantes. ¿Y por qué habría de ser yo diferente a ellas? Para estar segura,
decido probarlo.
—¿Cómo
se llamaba mi madre?
—¿Se
llamaba?—me pregunta, incrédulo, mientras suelta una carcajada que me desconcierta.
Si
se supone que entre ellos hubo una relación. ¿Por qué se está riendo? Él parece
leer la confusión de mi rostro puesto que me coge de la mano y me lleva cueva
adentro hasta que una enorme pared rocosa nos impide avanzar. Entonces palpa la
roca y pulsa en un determinado lugar que hace que el muro de piedra se corra
hacia el lado y nos muestre un camino iluminado por antorchas. No estoy segura
de seguirle pero, si ya he llegado hasta aquí, no voy a echarme atrás. Ya es
demasiado tarde. Caminamos en silencio hasta que la vía termina y desemboca en
unas escaleras.
Al
ver lo que se extiende hasta donde
alcanza la vista, me quedo sin habla. Una ciudad entera, cuyos límites no
alcanzo a ver, se extiende ante mí. Dirijo una mirada a mi acompañante, que
sonríe conforme mientras deja escapar una lágrima. Imagino que la guardia de
Sermaye lo encontraría en el exterior y le conduciría al campo de sacrificios,
donde la casualidad quiso que su supuesta hija le encontrara y le dejase libre.
Él
me coge de la mano y tira de mí, escaleras abajo. A continuación me conduce por
un sendero rocoso en el que desembocan dos hileras de casas. Al final de la vía
se detiene y llama a la puerta de la última casa, de dos plantas, rodeada de
una enredadera de flores blancas que han conseguido florecer sin luz solar.
—¡Enna!—grita.
—¡Shiros!—una
mujer sale y se lanza a los brazos de mi supuesto padre. Ambos se besan como si
no hubiera un mañana, mientras las lágrimas bañan los rostros de ambos.
CONTINUARÁ...
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