No hay nada.
Tengo miedo, lo reconozco, pero no me hará retroceder (no estoy segura de a dónde podría huir). Daré con ello, con el sueño que estaba persiguiendo y perdí por el camino. Respiro hondo un par de veces y me calmo. Necesito tener la mente fría, vislumbrar el último retazo de mi pasado y tirar de él...para luego seguir adelante.
Odio las crueles ironías del destino y esto no es más que una de ellas. No me gusta la lluvia, ni el barro que se forma donde alguna vez estuvieron mis huellas. Ahora camino por una acera que desprende calor y mi vista se pierde entre los coches colocados en hilera a mi derecha, Allí, las gotas realizan una cuidada danza, un espectáculo que sólo unos pocos contemplan: los distraídos, los que como yo buscan algo que creen que han perdido o disfrutan de lo que piensan que es un premio.
Me paro un momento, apenas un par de segundos, para contemplar el ballet de unas gotas que danzan al compás de los truenos que escucho demasiado cercanos para mi gusto. Es hermoso. Y la belleza aumenta cuando sus danzas mueren en finos caudales en los que no se distingue una gota sobre las demás, todas fluyen juntas hasta caer a los charcos que hay en el asfalto. Y ninguna destaca sobre las demás.
Un rayo surca el cielo y se pierde más allá de un puñado de casas. Inmediatamente, alzó la cabeza y noto cómo retumban mis oídos con el trueno que lo acompaña. Y yo sigo en pie, pensando bajo una lluvia que no piensa detenerse. El viento se levanta, frío, y el frescor se me introduce en los huesos haciéndome ver que estoy empapada.
Y no me voy, porque las gotas que mueren juntas se convierten en ríos y desembocan en un mar de pequeñas dimensiones. Y entonces entiendo muchas cosas, pero el por qué camino bajo la tormenta sigue siendo un interrogante así que reemprendo la marcha.
De repente, las nubes se alejan, cada vez más deprisa, permitiendo que los rayos de sol se cuelen entre ellas. Uno de ellos impacta en mi rostro y vuelvo la cabeza hacia atrás. La luz marca un camino y el barro se reseca mostrándome mis huellas.
Sonrío y sigo caminando hacia delante en la dirección que me marcan.
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