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viernes, 4 de septiembre de 2015

Capítulo 2 (parte 2)

      ¡Hola a todos! Antes de dar paso a la entrada de hoy me gustaría aclarar que se trata de la continuación de la mininovela Epístolas del encantamiento. Espero que os guste y que pueda actualizar con más frecuencia: 

      Todo sucedió deprisa y Naura no llegó a entender lo que estaba ocurriendo. Sintió que alguien la tomaba de la mano y la empujaba. Fue una sensación agradable, hasta que perdió el sentido. Antes de hacerlo, le pareció haber visto la figura de un gran lobo gris de ojos melados.
      Abrió los ojos. Al principio sólo vio unas manchas difusas de colores. Cerró los párpados y se frotó la cara. Volvió a abrirlos. Una tétrica luz violácea bañaba la tierra. Naura miró al cielo y solo vio un gran sol azulado que emitía un tenue resplandor que mantenía gran parte del cielo en penumbras.
      Estaban en una gran llanura desértica abandonada, cuyos límites no eran capaces de hallar. La arena era suave, pero fría. El viento soplaba intermitente, helando el cuerpo de la chica, que no cesaba de tiritar.
      —Llevas dentro de tí el Poder. ¿Por qué no lo utilizas?—preguntó alguien a su izquierda.
      Naura se giró hacia él. Vio la gran peluda cola gris que sacudía con parsimonia, las dos pequeñas orejas que parecían alerta de cualquier movimiento, sus colmillos afilados y listos para desgarrar la carne de cualquiera que osara hacerles daño y...esos ojos melados, esa mirada inescrutable que había velado por ella desde que tenía uso de razón y que, en muchas ocasiones, le había quitado el sueño. En ese momento, aquellos ojos le parecieron lo más hermoso del mundo. Tenían algo, algo especial, que la atraían.
      —¿Eres un lobo?
      —No. Soy una tortuga. ¿A ti qué te parece?
      —¡Qué gracioso! Me gustabas más cuando lo único que veía de ti eran los ojos.
      —Por mí puedes pensar lo que quieras. Pongámonos en marcha.
      —¿A dónde?
      El lobo pareció dudar un momento y se rascó la oreja con la pata para pensar mejor. Soltó algo parecido a un suspiro y contestó.
      —La verdad, no tengo mucha idea. Lo único que me ordenaron fue que te trajera de vuelta aunque como pensaron que tardarías bastante en decidirte no me dijeron qué hacer después. Supongo que lo mejor será ir a ver a Phos. Él sabrá qué hacer.
      Naura asintió y, cuando iba a echar a andar, se detuvo.
      —¿Cómo te llamas?—preguntó.
     —¿Qué más da? En cuanto te lleve con Phos no volveremos a vernos. Yo regresaré con mi manada y tú te desharás del Poder y volverás a la Tierra. ¿Acaso importa mi nombre?—Naura le dirigió una mirada decepcionada y él resopló—Me llamo Loke.
      Ella sonrió, satisfecha, y se dispuso a caminar sin tener idea de hacia dónde dirigirse. Loke se apresuró a cortarle el paso y con un gesto de su cabeza le indicó que montara sobre su lomo. Naura dudó y resopló cuando echó a andar y Loke se volvió a interponer en su camino.
      —Monta. Está claro que no tienes ni idea de dónde se halla la manada de Phos y quiero salir de este desierto antes de que anochezca.
      Naura se cruzó de brazos y se negó a moverse.
      —No lo compliques más y sube o te prometo que te dejo tirada en mitad del desierto.
      —Me voy a caer. No podrás conmigo.
      —Pues si te caes te levantas y listo. Monta. No te hagas de rogar.
      La chica dudaba pero, al ver que Loke se agachaba para que se subiera con mayor facilidad, dejó a un lado su temor y se colocó sobre su lomo.
      —Buena chica—dijo Loke con ironía y Naura le fulminó con la mirada—.Agárrate bien.
      Ella hizo caso y, cuando salió corriendo, el temor se convirtió en alegría y una extraña satisfacción al comprobar lo poco que se movía mientras Loke prácticamente volaba. El paisaje se mantuvo igual durante todo el trayecto, a excepción de la arena sobre la que pasaban, que adquiría unos tonos dorados que destacaban entre los colores azulados y grises que los rodeaban.
      —¿Por qué?—preguntó Naura alzando la voz para que llegara  a oídos de Loke.
      —Tienes el Poder y por donde pases devolverás a la vida todo lo que toques. Tenemos que hacer algo.
      —¿A qué te refieres?
      El lobo frenó de golpe y clavó sus ojos en los de Naura.
      —Digamos que no conviene que cierta gente se entere de que has vuelto.
      —¿Por qué?—preguntó la chica, inquietándose por la respuesta que había recibido.
      —No quieras saberlo. Sólo intenta reprimirlo, ¿vale?
      —Es que no es tan fácil.
      —¡Me da igual! Tú haces lo que yo te diga y punto. Ya estoy arriesgando bastante.
      —No lo entiendo, yo...
      —Seré sincero contigo: si nos pillan los magos oscuros moriremos. Ahora ya puedes hacerlo que quieras.
 ...

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  • Crónicas de la torre, Fenris, el elfo. Laura Gallego
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