Fantasía y realidad, lo que deseo y lo que es van de la mano dentro de mi. Se pelean, colaboran, me hacen estamparme contra ellas, caer, llorar... y siguen siendo parte de mi. Me gustaría decir que me agrada la mezcla pero probablemente fuera la mayor mentira que haya salido nunca de mis labios.
Escribo para escapar de la realidad y elegí la fantasía para alejarme más, lo que, en determinadas ocasiones, alegra también mi vida diaria. Necesito las letras tanto como ellas me necesitan a mi. Yo les doy vida y ellas hacen que sienta la sangre fluir por mis venas, me dan un motivo para sonreír, para encontrar un lugar en el que sentirme a gusto y ya os digo que eso no pasa con mucha frecuencia.
Llegaron por casualidad cuando, sin saberlo, más las necesitaba. Son mi barca en mitad de una isla que se sumerge en el agua sin previo aviso, me mantienen a flote. No piden nada a cambio de estar ahí, no esperan que haga nada por ellas, aguardan pacientemente por mi y me consuelan cuando el mundo me sobrepasa.
Unos dirán que no es real, que no son más que exageraciones, que la que crea las historias soy yo, única y exclusivamente, cosa que, si reconociera, sería la segunda mentira más grande que saliera de mis labios. No sé cómo ocurre, ni cuándo, no decido lo que ocurre, ni el final, ni el principio. Al ponerme a escribir es la historia la que me elige a mi, sin que yo tenga el más mínimo poder para cambiarla. Si un personaje ha de morir, nada de lo que haga lo salvará, y si dos terminan enamorándose no es porque me pareció bonito que así fuera.
Y en ese preciso instante es el único en el que realidad y fantasía no discuten por adueñarse de mi mente, ambas dirigen el barco y la voz de una amiga y la de el antagonista de la historia alcanzan el mismo nivel. Entonces aprovecho, disfruto y los problemas son los que se hacen ficticios mientras mis sueños se cumplen lentamente, en una nube etérea que, a pesar de no durar más que, como mucho, un par de horas, basta para relajarme y mejorar mi estado de ánimo.
Sin embargo, creo que no podría soportar vivir sin esa pequeña mezcla interior que me hace escapar de la vida y amarla como nadie se hace una idea. Y para quien diga que la fantasía no es real, he aquí unas palabras: cuando escribimos reflejamos nuestra visión del mundo, inconscientemente o adrede, y lo que imaginamos no deja de ser tan real como el olor a asfalto que nos entra a los pulmones porque, por mucho que nos empeñemos siempre nos quedará la duda de qué es real y que no, y, tal vez, si creemos conocer la respuesta, pequemos de incrédulos.
Me ha gustado mucho.
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