De hecho, en aquel instante, él
la miraba en silencio, sonriendo, y ella evitaba con todas sus fuerzas perderse
de nuevo en esa sonrisa, en esa mirada en la que tantas veces se había visto
reflejada. Esa vez no sonreiría, no cuando había tantas cosas que la estaban
hiriendo en ese momento, no cuando sabía que si se perdía de nuevo dejaría de
tener motivos para romper a llorar en ese instante. Esa sonrisa era todo,
contenía todo, y a la vez sabía que nunca podría poner palabras a lo que le
ocurría cada vez que alzaba la vista. Querría haber conservado ese pequeño
instante para siempre, pero se le derretía entre las manos como la nieve que
coronaba la sierra a sus espaldas.
Hubiera deseado derretir también
aquel silencio con los cientos de palabras que se ahogaban en su interior,
había deseado que cada lágrima que se tragaba pudiera describir lo que le
ocurría cada vez que le tenía delante. Era cierto, su mundo no era sencillo, y
la soledad muchas veces le asfixiaba hasta romperla, ese desear que hubiera
alguien que le abrazara por la espalda, que le escribiera un “¿qué tal?” cuando
cada vez que miraba el móvil lo único que veía era la hora y el poco espacio de
almacenamiento que le quedaba. Quizá no era justo, quizá solo era un miedo tan
asustado de que a su alrededor solo hubiera un círculo vacío lo que se
convertía en ira, tal vez frustración, cuando le miraba y veía que la única
posibilidad de salir de ahí era esa sonrisa.
Durante meses había intentado
convencerse de que lo mejor era alejarse, de que seguir apostando todas las
cartas a una sola jugada era como quedar suspendida en la cornisa de un
edificio esperando a que el viento hiciese su trabajo. Y allí seguía, colgando,
porque era incapaz de concebir que rendirse fuera una opción. Y le sonreía, una
y otra vez, y volvía a escribir, y a quedar, y a darse por entero porque no
sabía querer de otra manera, porque esa era la única manera de hacerlo. Pero sabía que era muy probable que la
cornisa de aquel edificio se desprendiera.
Se lo hubiera dicho, le hubiera
gritado en aquel instante en que iban a despedirse que se lo estaba jugando
todo, que no podía dar más y que no podía entender mejor, que era como era y
después de llevar toda una vida intentando cambiar se había dado cuenta de que
no lo necesitaba, le habría cantado al ritmo de lo que se aceleraba su corazón
cuando le tenía cerca si no sintiera un nudo en el pecho por no tener el valor
suficiente para hacerlo. No sería capaz de decirle adiós, a pesar de que muchas
personas que quería se habían terminado yendo… Le habría dicho muchas cosas,
pero guardó silencio, como tantas otras veces y se encogió de hombros.
Le abrazó y se fue, sonriendo
mientras su corazón volvía a anegarse por las lágrimas que no derramaría
delante suya. Jamás sería capaz de decirle todas esas cosas y por mucho que
hiciera quizá no llegaría a leer entre líneas por qué estaba apostando por
él.
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