¿Cómo sería despertar y que todo hubiera sido un sueño? ¿Cómo hubiera sido si la princesa despertara y no hubiera un príncipe a su lado observándola sino un campesino durmiendo en su cama? ¿Cómo vivir de una sonrisa eterna, de una mirada que acaricia tu corazón un segundo pero te gustaría conservar toda la vida? ¿A qué huele el amor? Al infinito contenido en el segundo, a escribir una historia con final abierto, deseando que el viento vuele una y otra vez las páginas, hasta el llegar al comienzo, justo cuando empezabas a decir adiós, justo cuando, quizá, tu corazón se fragmentaba en piezas diminutas que no creerás estar listo para unir nunca.
Abro los ojos. A mi lado reposa el príncipe al que desposé esta noche. Detrás de la puerta sé que Jul está esperando para entrar y vestir a su señor. Y yo sé que debería dejar de pensar en él. Nunca tanto como ahora había deseado que esta boda hubiera sido un sueño, pero el anillo que hay en mi dedo me confirma que nunca podré mirar a esos ojos castaños de nuevo, no, a menos que quiera terminar besándole.
Me levanto, me visto con ropas demasiado sencillas para una princesa, me trenzo el pelo y salgo lo más rápido que puedo, antes de que mi esposo se despierte o, peor, Jul llame a la puerta. Me miro en el espejo. Hermosa. Cabellos negros y largos, tez morena y labios rojos como las manzanas que Jul y yo comíamos en el bosque. Siento una punzada de dolor en el pecho. Pensar en el pasado no me hace bien. Debería dejar de hacerlo.
La puerta se abre justo cuando pienso agarrar el pomo con las manos. Suelto una maldición poco propia de quien, no por elección propia, será reina algún día. Frente a esa mirada oscura, como lo serán todas las noches que me quedan junto al príncipe, no puedo sino desear recordar, con todas mis fuerzas, sabiendo que me destruyo con cada pensamiento.
La historia de cómo nos conocimos es, quizá, la más importante que he encontrado en todo este tiempo. Por si no lo he dicho antes, hubo unos días en los que la gente me llamaba la Narradora de historias. Tuve tiempo de recorrer el reino en un pequeño carro tirado por un viejo burro, recopilando las hazañas de héroes y los encantamientos de los magos. Fue en uno de mis primeros viajes cuando conocí a un joven maestro de escuela. Julian se llamaba.
Me mira un instante con una sonrisa escondida asomando por la comisura de sus labios. Sé que no hará ningún comentario, que me prometió que jamás lo haría si yo no se lo pedía. Hace una reverencia. Siento que algo dentro de mi, quizá lo que una vez fue mi corazón, desquebrajarse. «Yo elegí esto», me recuerdo. Correspondo al saludo y bajo la cabeza. Echo a correr lo más rápido que puedo escaleras abajo, todo lo lejos que me lo permitan las piernas y los guardias que custodian el palacio.
No quiero olvidar.
Bajo a la biblioteca y me encierro ahí. Ignoro todos los enormes volúmenes que poblan las estanterías y voy directa a los libros en blanco. Me siento en la zona más alejada de la puerta y empiezo a escribir, precisamente para no olvidar.
CONTINUARÁ...
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