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viernes, 27 de noviembre de 2020

La narradora de historias IV

 Jul no entendió muy bien lo que me ocurría, pero se acercó a mi, despacio, y recogió la lágrima con su dedo índice antes de hundirme entre sus brazos. Mi primera reacción fue echarme hacia atrás pero, instantes después, me aferré a él con tanta fuerza que creo que le hice daño. El nombre de "amiga" fue el primero que recibí, el que más se parecía a aquello que tanto había anhelado. No sé si fueron lágrimas de tristeza por todo lo que no había recibido hasta ese momento, o lágrimas de gratitud por lo que se me estaba dando. Ninguno tuvimos prisa por soltarnos. Ese también era el primer abrazo que recibía.

一Creo que estoy bien一dije, secándome la cara con las mangas de la túnica, mientras me separaba algunos centímetros de él. Todavía me sostenía por los codos.

Él me sonrió sin decir nada, y tocó la puerta. Escuchamos el ruido del cristal al romperse y un improperio. Jul seguía sonriendo. Finalmente, la puerta se abrió. Un hombre, de pelo y barba canos, cejas muy pobladas y pronunciados surcos en la frente, nos miraba con una media sonrisa.

一El maestro.

Esa fue toda la presentación que me hizo el muchacho que acababa de conocer, antes de que ambos me invitaran a entrar. Era una casa bastante amplia. En un lado de la única habitación, había varios bancos situados frente a una gran piedra de pizarra. Al otro lado, una chimenea, un jergón con varias mantas, una mesa y cuatro sillas. En la pared había varias estanterías con unos objetos que me llamaron mucho la atención, quizá por lo desconocidos que me resultaban.

一La reina Melissa y sir Julian一dijo para sí el anciano, mientras cerraba la puerta y me invitaba a tomar asiento haciendo una exagerada reverencia.

Miré a Jul de inmediato, se encogió de hombros y contuvimos una carcajada. Ni él vestía como un caballero ni yo como una reina, y mucho menos me llamaba Melissa. Pero sentí un nudo en la garganta que me impedía respirar. Me mordí el labio inferior para no llorar.

一Las lágrimas son las palabras con las que grita el alma一recitó, sentándose junto a mi一. Perdona si te he ofendido, mas tu figura y la escena que he visto a través de la ventana me ha recordado un pasaje de este cantar. Así se conocieron la reina Melissa y sir Julian. ¿No lo habías leido nunca...esto...

Miró a Jul con cara de circunstancias. Pronto entendí que esa es la clase de mirada que se echan dos personas cuando no recuerdan el nombre de alguien a quien acaban de conocer. Esperé que llegara esa dichosa pregunta. No obstante, cuando el maestro abría la boca para senteciarme con tres palabras, el chico se acercó a nosotros con un par de tazas de caldo caliente, y cambió de tema. Me sonrió de nuevo. Le agradecí con la mirada que no me obligara a responder preguntas incómodas y me pusiera un plato de algo caliente delante.

一Mi padre no quiere que sea su aprendiz, maestro. Dice que lo que tengo que hacer es aprender forja y continuar con el negocio y la granja, pero, a mí, lo que me apasiona son los libro: aritmética, matemática, literatura, música...

一¿Por eso has venido aquí en mitad de la noche? La decisión es tuya, ya lo sabes. Las puertas de mi casa estarán abiertas para ti, decidas lo que decidas.

Me sentía muy extraña siendo testigo de aquella conversación, que iba a marcar un antes y un después en la vida de ese chico, al que apenas conocía, pero con el que sentía tanta complicidad. Parecía haber entendido mi problema y también parecía que le daba igual, que no iba a juzgarme por quien no podía ser.

一Lo pensaré, aunque ya podéis ir preparándome un hueco entre vuestro jergón y las epopeyas.

Ambos se echaron a reir por algo que yo no entendí. Acabamos de cenar escuchando al maestro hablar de sus quehaceres cotidianos, de los niños a los que había pillado pegando barro en la parte trasera de la casa y de aquellos que se habían sentado en el banco de jardín para pedirle que les contara las hazañas de grandes héroes del pasado. Escucharle contar aquello me fascinó, la forma en la que hablaba, la delicadeza con la que escogía cada una de las palabras que iba a decir... Varias veces durante su discurso, volví la vista a los extraños objetos de las estanterías, buscando hipótesis sobre lo que podían ser para atraerme de esa manera. Mis modales en esa época no eran como los de ahora, y el maestro pronto se dio cuenta de que me interesaban más que la rana verde que había encontrado cerca del camino.

Lady Melissa, voy a enseñarte lo más valioso que tengo, porque, al contemplar tu semblante, me doy cuenta de que es justo lo que tu ser ha estado buscando todo este tiempo. 

Escucharle decir aquello me sobrecogió. No entendí qué había visto aquel excéntrico hombre en mí. Me ardieron las mejiillas y me ruboricé. No había pretendido ser maleducada. El anciano se levantó y, cogeando de la pierna derecha, se acercó a uno de los estantes y agarró uno de esas cosas que parecían gruesas cajas. Lo puso frente a mi y me pidió que lo abriera. Contuve una exclamación al darme cuenta de que había un montón de hojas prensadas y con uno garabatos semejantes. El corazón me latía muy rápido, como solo ocurre en los momentos que van a tener un peso decisivo en tu vida. Miré a Jul buscando la respuesta a una pregunta que no sabía cómo formular sin parecer una estúpida.

Esa fue la primera vez que tuve un libro entre mis manos, la forma de inmortalizar palabras, esas que aparecían y se desvanecían de mi mente en cuanto se me ocurría una idea nueva. Eso era lo que había estado buscando, sin saberlo, cuando en la parte de atrás del carromato de mis padres me dejaba llevar por la imaginación. Vi mi destino ligado a los libros de una manera que no sabría cómo explicar, salvo usando la palabra "yo". Volví la vista al maestro, sin importarme ya las preguntas incómodas a las que tendría que responder, y solo dije una palabra, cuatro sílabas, las cuatro más importantes que había dicho nunca.

一Enséñame.

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